
Que
el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil, también. Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, barones y dublés. Pero
que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados. Hoy resulta que
es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador.
¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos han igualao. Si
uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón. ¡Qué falta de respeto, que atropello a la razón!
Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón. Mezclao con Stravisky, va Don Bosco y La Mignon, Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín. Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia. Siglo veinte, cambalache problemático y febril.
El que no llora no mama y el que no afana es un gil. ¡Dale nomás! ¡Dale que va! Que
allá en el horno nos vamo a encontrar. No pienses más; sentate a un lao, que
ha nadie importa si naciste honrao. Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, el que mata, el que cura o está fuera de la ley-*
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